miércoles, agosto 17, 2011

DE VIOLETA CON DESPECHO



La mañana de la primera despedida parecía un día cualquiera, hasta que le vereda empezó a entrar por el vidrio del parabrisas como lava de volcán. Abrió la puerta rápido, atravesó la poca luz verde que quedaba y tomó un taxi. El chofer la miró y subió el volumen de la radio, mientras ella atajaba los detalles, sintiendo que esa mañana iba a desmoronarse. Olvidarían si fue jueves o viernes, la ropa que usaban, lo último que dijeron ¿Sonreiremos en un tiempo más con los recuerdos, diferentes los tuyos de los míos, sin que nadie sepa cómo fue todo en realidad?, pensaba.


Mientras entendía como el olvido le atravesaba el cuerpo, espantándolo para que permaneciera recuerdo, analizaba su anatomía. Entraba como navaja por el ombligo, rasguñándole el estómago cuando estaba desprevenida. Si trataba de calmarlo con las manos, se movía veloz hacia el pecho, latiendo como un ente ajeno. Bebía agua dulce para disolverlo y se iba, momentáneamente, para aparecer horas después arándole la cabeza, haciéndola rumear un pasto seco de frases y preguntas. A la par, asomaban en la piel heridas frescas y sangrientas que luchaban anticoagulantes para no convertirse en cicatrices. Durante la noche los músculos se contraían, llenándole el amanecer de dolores que permanecían por días, entorpeciendo su movilidad, dificultándole el baile.


Esta investigación fisiológica tuvo varias pausas. Suspiros compartidos. Instantes robados al tiempo real. Felicidad prestada al curso de las cosas. Reencuentros sin destino. Sueños sin promesas. Propuestas sin explicaciones. Y el olvido esperaba mirándolos de lejos. Parecía una carreta rauda, amenazante, que levantaba polvo sobre sus espaldas.


Hasta que apareció un gavilán. Seguramente los estaba rondando hace meses. Probablemente los observaba acercarse y alejarse con los ojos fijos. Amenazaba paciente mientras veía como se alimentaban día tras día. Y se apoderó de ellos, atacándolos por sorpresa. Con el vuelo bajo, así como hacen los gavilanes, los acechó para lanzar todo al silencio de un plumazo que les atravesó las entrañas.


Dicen que era una hembra la que los atacó, pues los machos se lanzan sobre pájaros pequeños. Rumorean que tras el ataque no volvió jamás a cazar, aniquilada por la defensa feroz de sus víctimas. Cuentan, también y con diferentes versiones, que quedaron vivos. Que deambulan separados, cada uno con sus cicatrices, de noche, rapaces, con los ojos blancos, tratando de recordar cómo era eso del olvido.