Durante meses deambulé por ese
castillo esperando la sorpresa de la habitación siguiente. Cada vez que daba vuelta la
manilla y dejaba la anterior a mis espaldas aparecía una nueva pieza oscura,
distinta, pero finalmente similar.
Atrapada en el laberinto de esa oscuridad instalaba mis esperanzas en ese breve instante en que la puerta giraba.
Hasta que encontré
un enorme portón de bronce. Pesado, antiguo y oxidado. Sacudí el polvo, soplé las
telarañas y con todas mis fuerzas logré moverlo. El imponente edificio quedó atrás
mientras la luz del sol me recordó como era tener una inmensa
llanura frente a mis ojos.