Venía por la autopista manejando
de memoria, escapando de las obligaciones del día. En algún momento pensé que
podrías cruzarte en la camioneta, por el lado o de frente. Pero la música
me distrajo y me llevó a otro tiempo, sacándome de la carretera que se empezó a
nublar a la altura de mis ojos. Pensé en comprarme un ofertón de desaparición. Una
inexistencia del mercado bastante necesaria en casos como este, que ofrezca un
retorno sin complicaciones en “uno, dos y hasta tres meses”.
Resignándome a tener que digerirlo
todo despierta, seguí conduciendo, esperando que el avance cada vez más lento de
mi auto no perturbara al resto de los conductores. Demoraba la llegada, creyendo posible vivir un
rato sobre ruedas, entre vidrios, sin destino, mirando las líneas de la calle
desaparecer unas tras otras.
Recordé uno de tus neologismos, amorgura,
y te lo robé. La había tomado prestada unas semanas atrás en la feria del
libro. La anoté en un papel amarillo y la estampé en la orilla izquierda de la pared,
a escondidas de mis amigas, al lado de cientos de frases de otros visitantes.
Me pregunto que habrán hecho con todos esos gritos afónicos.
Me pregunto que habrán hecho con todos esos gritos afónicos.
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