Era un
domingo muy lluvioso en pleno otoño. Ella cocinaba arroz en una cacerola y
pescado en la otra. Distraída, escuchaba música y lavaba la loza y la ropa
mientras el almuerzo hervía.
Hasta que destapó
una de las ollas sin recordar que el vapor esperaba aprisionado un escape. Se
fue todo directo a su muñeca, quemándola con restos de agua
fragmentada, inflamándole la piel por debajo de la mano.
Abrió el refrigerador,
tomó una bolsa de nueces congeladas y esperó que el frío calmara el ardor. El
contacto del bulto helado le gatilló un ataque de lágrimas calmas, haciéndole sentir
lo triste que es dejar todo atrás y olvidar hasta que no quede siquiera dolor.
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