sábado, agosto 22, 2009

LA MEDIAPISTA


Cuando tenía diez años soñaba con tener una bicicleta. Quería una mediapista de ruedas delgadas y femeninas para salir a pasear en ella, junto a su perro favorito por las calles de los vecinos de atrás. Un recorrido por la parte más alejada del barrio era algo que la haría sentir grande.


Su padre no estaba de acuerdo. Pensaba que las ruedas de una mountain bike se pegarían al piso con mayor solidez, dificultando pinchazos y accidentes. El volante de este modelo protegería su espalda del encorvamiento y regularía la velocidad. Mucho más segura.


La bicicleta no llegaría a menos que aceptara la oferta resistente. Ella se negó y esperó tres navidades. Mientras tanto hacía de peatón. Jugaba en el árbol de la esquina, lanzaba bombitas en las guerras de agua y miraba al chico de sus sueños por la ventana de su pieza, ese que le había dado un beso en la fiesta, poniéndola tan nerviosa que tuvo que arrancar al baño a deshacerse del sonrojo.


Hasta que una tarde encontró una mediapista azul en el patio de su vecina. Sin pensarlo se subió a ella y soltó al pastor alemán de la casa amiga. En cuestión de minutos pedaleaba fuerte, con el viento desordenándole el pelo y rasguñándole suavemente la cara. Miró el perro que corría a su lado, acompañándola, soltó los brazos del manubrio y los levantó mientras recorría la cuadra a gran velocidad.

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