martes, abril 26, 2011

TÚNEL


Triángulo punzante quita aliento, husmeas mi espacio amenazando, te acomodas en el cuello haciéndote guillotina, esperas que me desvanezca y te mueves hacia los brazos paralizante.  
Escapo y veloz te haces flecha justo en medio de mi pecho, observas directo, apuntas e inyectas preciso. La línea envenenada comienza el recorrido mientras me auscultas los latidos.
Reduzco el ciclo de las bocanadas para quitarte el oxígeno y dificultar tu investigación. Te multiplicas en esferas, burbujas que se confunden con mi sangre, invadiéndome.  
Trato de calcular la geometría de mi alma y sospecho de ese orden. Me pierdo en las arterias intoxicadas.  

lunes, abril 18, 2011

MATÍAS COUSIÑO

Fatigada por lo resuelto y ansiosa de lo pendiente salgo todos los días a la una y media a comprar algo para comer.  La ruta se inicia sin paciencia para esperar el ascensor, bajando rauda los seis pisos de escalera.
 Primer intento, salir del edificio y atravesar efectivamente el pasaje Matías Cousiño para llegar a Moneda. Parece simple. Acá vamos.
Todos están igualmente hambrientos a esa hora, achoclonados frente a la entrada del edificio. Algunos caminan y paran mientras se meten la mano al bolsillo buscando el celular, mirando para el lado contrario al que van a caminar. Primer topón. Otros, la mayoría, te patean por atrás, husmeándote el cuello para apurarte el paso y hacerse un espacio entre los que vienen en dirección contraria.
Pienso en comprar donde la Vivi, el lugar del pasaje donde todos se pelean por un tiple aceituna. Cada vez que entro, creo que voy a aprovechar mejor los cincuenta minutos, terminándolos  con un cigarro reposado en la ventana del pasillo. Error. El lugar se ha hecho tan chico, que quedo ensanguchada entre los que piden el vale, los que hacen la fila para pagar y los que esperan su bolsita café.
Chatarra, pienso, creyendo que caminar por Moneda será fácil. Como Matías Cousiño queda a mitad de cuadra y la esquina más próxima es Ahumada, no tengo más alternativa que atravesar  la calle entremedio de los autos. Me sumo al resto de los peatones que pensaron igual que yo y hacemos taco. Estoy al frente.
La vereda es tan estrecha, que me encuentro con los chicos de Brinks descargando las bolsas con billetes, justo frente a la librería. Me recuerdan el libro que quería comprar. Entro sintiéndome fatigada por la falta de glucosa. No encuentro el autor. Hago una fila para preguntar y el que atiende revisa el computador. Deambulo por los estantes siguiendo sus instrucciones hasta quedar de guata en el suelo, esperando encontrar lo que ando buscando. No está. Después de un par de puteadas, vuelvo a Moneda con mi libro, lo abro y busco un basurero para botar el plástico protector.
¡Pero mijiiiita! me gritan los chicos de Brinks ¡eso no es para la basura. Ahí es donde guardamos la plata!
Riendo, choco con un mecánico fornido que carga en su hombro una radio gigante, tarareando su canción gay. Luego, me topo con una pareja de gordos que se cuentan lo que comieron el día anterior, mientras engullen unas papas fritas con las manos aceitosas.  Hojeando el libro, me tropiezo con el perro que busca echado el huequito de sol en medio de la atiborrada vereda.  Hasta que llego a la entrada de Matías Cousiño y me conmuevo, como todos los días, con el paralítico que escucha romances de la nueva ola. Alguien lo instala diariamente allí, temprano en la mañana, y lo deja enchufado a su radio a pila, vendiendo libros pirateados.
Ya pasó mi hora de almuerzo, recuerdo. Me compro unas galletas de avena en el kiosko y espero el ascensor.

sábado, abril 16, 2011

SIN MOÑO


Se supone que las abuelas son dulces. Usan moño gris y cocinas galletas para los nietos.
 Una de mis abuelas se creía la Elizabeth Taylor del barrio cuando yo nací. Usaba delineador negro, y se contorneaba curvilínea en unos jeans pata de elefante por la cuadra donde pololeaban mis papás.
 La otra me enseñó a echar chuchadas, bien dichas, claro. Cuando era chica y estaba en la ducha, ella llegaba con productos para el pelo y me daba la lección de vida “siempre hay que tratar de no verse fea”. Después me llevaba al santuario de los zapatos y las joyas.
Una vez al año me quedo con mi abuela de los jeans en el verano. Llego en la noche, trago todas las delicias que prepara, regaloneo con mi tata y duermo en la mejor cama de la cabaña. Al día siguiente, después de almuerzo, parto con mi abuela a la playa, siguiendo el mismo recorrido que ha hecho durante cincuenta años. Nos sentamos bajo el quitasol, en medio de las conchitas, al lado de las rocas, cerca de la orilla del mar. Y hablamos.
La primera vez que lo hicimos me di cuenta que en treinta años no me había enterado que nació en el Valle de Elqui, que jugaba con los chanchos y que mi bisabuelo nunca aprendió español. También supe que cuando se casó, no sabía cómo llegaban los niños al mundo, aunque después tuvo tres, entre medio, a mi mamá.
Una de las veces que fui estaban arreglando las veredas. Mi abuela partió a la Municipalidad a alegar por el mal diseño. Explicó detalladamente por qué los trabajos iban a taponear las entradas de los autos. Cuando terminó le preguntó al encargado ¿firmo el reclamo a nombre de mi marido? Ni ella misma se había dado cuenta cómo los cambios de las últimas décadas la habían transformado.
Con la otra, la Raca, hace tiempo que no me siento a conversar. Cuando era chica me recostaba en la orilla de su cama con los palillos preparados para la lección de tejido. Ella sacaba los chocolates suizos que escondía bajo la cama y derretíamos juntas el cacao con la lengua, mientras conversábamos. “Me encanta la vida ajena”, decía, cerrando la frase con una carcajada. No puedo negar que a veces se pone pelotuda, pero amo su risa.

Antes se iba de viaje con sus hermanas. Gozaban la travesía, disfrutaban los paisajes, los malentendidos en inglés, las comidas europeas y las termas del Caribe, riéndose de las pechugas caídas con los años.
Quizá con mis hermanas haremos lo mismo en algunos años más.
Me gustan mis abuelas sin moño.


miércoles, abril 06, 2011

SEÑOR DE LOS ANILLOS

Aunque sea pronto es urgente.

Guarde los caballos hasta que pase la tormenta, que a la gitana de al frente no le gustan estas cosas. Taconea de rojo, pero separa los clavos de la guitarra y las palmas.

Cuando sienta los berrinches del encierro y crea que la vida es sueño, acuérdese que en su casa hay provisiones y que la copa está en la mesa, tras la mirada que conoce.