Pienso en las cenizas. Tengo un jarrón
plateado en la mano. Estoy en un balcón frente al mar. Y las lanzo. Ellas brotan
sin pausa, aprovechando el empujón del viento, queriendo alcanzar el mar. Al
llegar a la orilla lo impacientan, lo impetúan, lo provocan. Y el mar se
enfurece. Su furia engrisece el cielo y arrasa con ciudades, campos y montañas.
Pienso en el desierto. En su
sonido, su viento, tormentas y remolinos atravesando la arena, que es como la
materia del tiempo. En lo trizadas que son sus noches. Lo cálido que son sus
días. Lo seco que son sus rostros. Lo mucho que son sus silencios. Lo eternas
que son sus estrellas. Lo inmensas que son sus preguntas. Lo mudas que son sus
respuestas. Lo escaso que es su apuro. Y lo lejos que queda del mar.