lunes, abril 18, 2011

MATÍAS COUSIÑO

Fatigada por lo resuelto y ansiosa de lo pendiente salgo todos los días a la una y media a comprar algo para comer.  La ruta se inicia sin paciencia para esperar el ascensor, bajando rauda los seis pisos de escalera.
 Primer intento, salir del edificio y atravesar efectivamente el pasaje Matías Cousiño para llegar a Moneda. Parece simple. Acá vamos.
Todos están igualmente hambrientos a esa hora, achoclonados frente a la entrada del edificio. Algunos caminan y paran mientras se meten la mano al bolsillo buscando el celular, mirando para el lado contrario al que van a caminar. Primer topón. Otros, la mayoría, te patean por atrás, husmeándote el cuello para apurarte el paso y hacerse un espacio entre los que vienen en dirección contraria.
Pienso en comprar donde la Vivi, el lugar del pasaje donde todos se pelean por un tiple aceituna. Cada vez que entro, creo que voy a aprovechar mejor los cincuenta minutos, terminándolos  con un cigarro reposado en la ventana del pasillo. Error. El lugar se ha hecho tan chico, que quedo ensanguchada entre los que piden el vale, los que hacen la fila para pagar y los que esperan su bolsita café.
Chatarra, pienso, creyendo que caminar por Moneda será fácil. Como Matías Cousiño queda a mitad de cuadra y la esquina más próxima es Ahumada, no tengo más alternativa que atravesar  la calle entremedio de los autos. Me sumo al resto de los peatones que pensaron igual que yo y hacemos taco. Estoy al frente.
La vereda es tan estrecha, que me encuentro con los chicos de Brinks descargando las bolsas con billetes, justo frente a la librería. Me recuerdan el libro que quería comprar. Entro sintiéndome fatigada por la falta de glucosa. No encuentro el autor. Hago una fila para preguntar y el que atiende revisa el computador. Deambulo por los estantes siguiendo sus instrucciones hasta quedar de guata en el suelo, esperando encontrar lo que ando buscando. No está. Después de un par de puteadas, vuelvo a Moneda con mi libro, lo abro y busco un basurero para botar el plástico protector.
¡Pero mijiiiita! me gritan los chicos de Brinks ¡eso no es para la basura. Ahí es donde guardamos la plata!
Riendo, choco con un mecánico fornido que carga en su hombro una radio gigante, tarareando su canción gay. Luego, me topo con una pareja de gordos que se cuentan lo que comieron el día anterior, mientras engullen unas papas fritas con las manos aceitosas.  Hojeando el libro, me tropiezo con el perro que busca echado el huequito de sol en medio de la atiborrada vereda.  Hasta que llego a la entrada de Matías Cousiño y me conmuevo, como todos los días, con el paralítico que escucha romances de la nueva ola. Alguien lo instala diariamente allí, temprano en la mañana, y lo deja enchufado a su radio a pila, vendiendo libros pirateados.
Ya pasó mi hora de almuerzo, recuerdo. Me compro unas galletas de avena en el kiosko y espero el ascensor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario