sábado, marzo 17, 2012

NUECES CON AJO



Si las cosas hubieran salido bien lo hubiera llamado papuli. Pero muchas veces no salen como uno quisiera, así es que desde que me acuerdo le he dicho tata y he tenido que dar explicaciones de nuestra consanguinidad.

Cuando aprendí a leer -temprano pues mi papá me enseñó en una pizarra con tiza antes de entrar a kinder- empecé a investigar los carné de identidad y todos los documentos que no me calzaban. Preguntaba y me daban explicaciones diferentes año tras año, hasta que de grande até cabos y ordené la historia en mi cabeza, con todos esos trozos. Supongo que se parece a la realidad.

Mientras tanto, él nos trituraba las nueces con sus biceps, nos detallaba las propiedades del ajo y nos contaba que en la isla de Eubea, en Grecia, cruzando Atenas, estaba la casa de su papá, donde había un árbol al lado de la ventana.

Apenas pude fui a buscar el árbol. Crucé el Atlántico por primera vez y con el hijo del primo de mi abuelo -ese que llegó a Antofagasta una vez en un barco confirmando que su abuela no le contaba cuentos y que lo único que sabía decir en español era "congrio frito con papas fritas"- caminamos por horas preguntando a los guardianes de las casas veraniegas por el terreno familiar.

Y llegamos. Recuerdo que era una tarde de enero y hacía un poco de frío. El árbol ya no estaba, aunque había muchas piedras. Tomé algunas de ellas y las traje de regalo a Chile. Han pasado muchos años y creo que están en la casa de mis padres. Son filudas, color arena y eran parte de la construcción antigua.

Hace pocas semanas mis abuelos se casaron, de viejos, después de amarse toda la vida, de una manera extraña pero real para ellos.

Recordé todo esto anoche, que soñé que mi tata estaba sano y podía seguir fortachón triturando nueces y, quizá, quizá explicarme todas esas cosas que sirven para entender que la vida no sigue líneas directas.




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